Por Luana Bruno1
CUADERNOS DEL INSTITUTO IKEDA · 5 · Jun. 2022
Marinoff. L e Ikeda. D. (2018). El filósofo interior: Conversaciones sobre el poder transformador de la filosofía. Barcelona: B de Bolsillo. ISBN: 978-84-9070-631-2
Una taza de gyokuro, otra de largo café americano; un chashitsu o casa del té rodeada de cerezos en un pueblo hermoso de Japón… o quizás un café literario situado en el pleno centro de Nueva York, donde un soft jazz nos aleja de los ruidos y el estrés neoyorquino… Dos figuras prominentes, una con rasgos occidentales, otras con claras características orientales; dos filósofos, dos personas en constante lucha por la búsqueda de la verdad y con un fuerte deseo de cambiar el mundo por medio de la filosofía, la educación y el diálogo. Allí están Lou Marinoff, filósofo práctico, autor de famosos bestellers, profesor y catedrático de Filosofía en el City College de Nueva York y presidente de la American Philosophical Practitioners Association, y a su lado Daisaku Ikeda, presidente de la Soka Gakkai International, organización budista laica, filósofo, poeta y promotor de la paz a nivel mundial. Me los imagino sentados, el uno en frente del otro, serenos, relajados, tomando sus bebidas y reflexionando sobre el mundo actual y la misión de la filosofía en la sociedad hodierna. Otro lector podría tener una fantasía totalmente distinta a la mía sobre el lugar y la posición de los dos protagonistas del libro El filósofo interior a lo largo de sus dieciséis conversaciones sobre la vida, la muerte, la virtud, el diálogo, la sabiduría, el arte, el sufrimiento, los retos del humanismo, el poder de las mujeres, etc., imaginando a los dos filósofos conversar en un salón elegante, en una mesa de un restaurante, en el cómodo sofá del despacho de uno de ellos, o en miles otros lugares que nuestra mente pueda inventar. Eso no importa, es más: ese es el inmenso y excepcional poder de la lectura, donde la palabra escrita entra en juego con la creatividad del lector, abriendo su mente a escenarios nuevos, a nuevas cuestiones, a nuevas reflexiones y a lugares donde no podría llegar si estuviera cómodamente sentado en su sillón delante de una pantalla. Porque, como nos dirían Ikeda y Marinoff en una de las páginas de este precioso libro, en un mundo donde “las tecnologías han hecho que las personas dejaran de ser productores activos para convertirse en consumidores pasivos” (p.63), poder disfrutar de la lectura de un texto que nos invita por medio de preguntas y reflexiones a la indagación sobre nuestra propia vida, sobre nuestra propia naturaleza humana y, a la vez, sobre la sociedad que nos rodea es una de las claves para encender la luz de nuestro filósofo interior y comenzar nuestra revolución humana.
Lo que hace de este libro una joya a la cual recurrir cada vez que lo necesitemos es, entre otras cosas, su fuerte y constante llamamiento a los clásicos de la filosofía occidental y oriental para abarcar problemas actuales. Este llamamiento no es visible solo en las citas y las referencias de ambos interlocutores a los padres de la filosofía como Sócrates, Aristóteles y Platón, entre otros, sino en el mismo estilo que eligen para que sus reflexiones lleguen al lector.
Porque el diálogo, aquí, no es solo una tipología textual como otra más, como podría pensar aparentemente cualquier persona ojeando el libro cogido de una estantería de una biblioteca, sino que dicha estructura va más allá del mero estilo, para llegar desde las primeras líneas a hacernos conectar con la verdadera misión de la filosofía.
Así que, al igual que Sócrates con sus discípulos, Ikeda y Marinoff utilizan la dialéctica socrática en sus intercambios, planteando proposiciones y analizando preguntas y respuestas en cada uno de los temas tratados para que ellos mismos, juntos con cada lector, puedan construir el conocimiento.
Sus conversaciones nos recuerdan la mayéutica, el arte de ayudar a ‘dar a luz’ el conocimiento mediante preguntas que iluminan la mente; son conversaciones que abren a nuevas posturas y diálogos que nos invitan a la reflexión. Y mientras reflexionamos, en voz alta o mentalmente, sobre las cuestiones que se nos plantean, participando de los diálogos que mantienen estos maravillosos filósofos desde nuestras casas, el vagón de un tren, el asiento de un avión o el banquito de un parque, Ikeda y Marinoff no solo consiguen que lleguemos a tener cada vez más curiosidad por la filosofía, sino que empecemos nosotros mismos a filosofar, devolviendo así la filosofía al plano de la gente común.
El diálogo, además, es uno de los temas principales abarcados por los dos interlocutores, el cual, si se basa en la empatía, el respeto y la tolerancia, tiene un poder terapéutico, ya que “libera a las personas de las cargas emocionales y conceptuales que habitualmente soportan” (p.119), nos ayuda a mirarnos adentro y a alinear nuestros corazones y mentes humanas, en un mundo que más que nunca necesita de intercambios espirituales más profundos.
La protagonista indiscutible de las conversaciones de Marinoff e Ikeda es, por ende, la filosofía, vista no solo como saber teórico del cual solo unos pocos eruditos pueden gozar, sino como indagación constante sobre la verdad, sabiduría práctica, instrumento al servicio de cada ser humano que se plantee el porqué de su existencia, el cómo y el porqué de las cosas y de los eventos que ocurren en el mundo y que quiera ir más allá de puras ideologías o dogmas religiosos que, en lugar de acercarlo a la verdad, lo harían encallar en posiciones rígidas y sesgadas, alejándole de su propia libertad, razonamiento crítico y felicidad.
De hecho, la filosofía, según Marinoff, significa dos cosas: “contemplar la sabiduría y practicar maneras de vivir sabiamente” (p.21). La misma, “en lugar de creencias, plantea dudas”, mientras que la ideología “se fundamenta en la certidumbre o incluso en la inflexibilidad dogmática sobre las creencias que uno tiene o las cosas que le han enseñado. La ideología puede lavarle el cerebro a la gente, paralizando su capacidad de cuestionamiento” (p.22).
Es así que, bloqueados en nuestras arenas movedizas, hechas de bienes de consumo efímeros, comunicaciones instantáneas vacías de profundidad, miedos causados por terrorismos mediáticos, fake news, titulares de escándalos, seguimos en nuestras cavernas digitales hechas de comodidades tecnológicas que nos alejan del mundo de las ideas, para estancarnos en un mundo ‘insensible’ que solo prioriza los sentidos más inmediatos, sin importar la esencia de las cosas y de las causas en las que creemos.
En este momento histórico definido por propagandas ideológicas, guerras de poder basadas en banderas y fronteras artificiales creadas en mapas que no definen el territorio; en un periodo crítico como el que estamos viviendo, marcado por intereses capitalistas que generan una globalización económica que engorda las carteras de los más ricos, saciando su codicia y vaciando los estómagos de los que ya a duras penas pueden tragar las mentiras de quienes los quieren cada vez más pobres y dependientes; en una sociedad cada vez más virtual, donde tenemos mil amigos en las redes sociales, pero nadie dispuesto a escuchar nuestras penas, nuestras historias, a mirar la belleza de nuestros ojos, porque estamos demasiado ocupados en mirar los mensajes de WhatsApp; en una realidad marcada por políticos corruptos, autoridades eclesiásticas que han dejado hace tiempo de ser modelos a seguir, este libro nos invita a dejar de ser disfuncionales sociales que han olvidado el sentido de una comunicación más profunda con nuestro ser y con otros seres vivos, y a contactar con las virtudes que nos hacen humanos, como la gratitud, la generosidad, el intelecto y el amor hacia el otro. Y nos anima a recordarnos, página tras página, pregunta tras pregunta, que cada persona puede filosofar, que todos tenemos que buscar nuestro filósofo interior para poder dar respuestas a nuestros asuntos personales y sociales, y para hacer de este mundo un lugar más humano, un lugar más libre…
[1] Luana Bruno es Doctora en Educación. Es investigadora en el IEDDAI y miembro de la Cátedra de Estudios de Género Isabel Muñoz Caravaca.