La universidad del siglo XXI, cuna de ciudadanos del mundo: Discurso para la primera ceremonia de graduación de la Universidad Soka de América

Por Daisaku Ikeda
CUADERNOS DEL INSTITUTO IKEDA · 5 · Jun. 2022


Campus de la Universidad Soka de América | Foto: Seikyo

(Este discurso fue preparado por Daisaku Ikeda y leído por sustitución en la ceremonia, realizada el 22 de mayo de 2005).

Por esta ocasión espléndida que corona su esfuerzo, quiero felicitar calurosamente a la primera promoción de graduados que hoy egresan de la Universidad Soka de los Estados Unidos (SUA, por sus siglas en inglés) en Aliso Viejo; ustedes son mi vida, mi orgullo y mi esperanza.

Cada uno de ustedes es un gran pionero, un honorable fundador de la SUA. Son todos vencedores, y su vida es una magnífica gema preciosa, deslumbrante de noble misión.

Aunque podrían haber asistido a otra prestigiosa universidad, respaldada por una tradición añeja, eligieron estudiar en esta nueva institución, la Universidad Soka de los Estados Unidos. Allí reunidos, trabajaron junto a las promociones siguientes para trazar sólidas bases que sostengan el futuro desarrollo de la SUA.

Quisiera poder volar hasta el predio que se yergue en las colinas de Aliso Viejo, darles la mano a cada uno, agradecerles y felicitarlos por su estupenda graduación, y por el espíritu intrépido que les permitió conquistar esta victoria. Este es el sentimiento que embarga mi alma en estos instantes.

Estoy decidido a velar siempre por ustedes, a orar por su salud y crecimiento, y por que su vida siempre ostente los laureles de la gloria y del triunfo. Esto haré toda mi existencia, y toda la eternidad. Sepan que mi corazón está siempre junto a ustedes.

Así pues, con el alma henchida de profunda gratitud, quiero dedicarles algunas reflexiones para celebrar su nueva partida.

El origen de la fortaleza

Cuando pienso que están todos cursando estudios lejos de sus hogares, recuerdo a la doctora Wangari Maathai, de Kenia, a quien conocí en Tokio este pasado mes de febrero. Ella también consagró su juventud al estudio y al conocimiento. Como bien saben, es una ambientalista que, el año pasado, ganó el Premio Nobel de la Paz.

Durante unos treinta años, la doctora Maathai luchó para superar el hostigamiento, las persecuciones y la opresión, mientras labró con sus propias manos la tierra del pueblo, para sembrar un movimiento popular de mujeres que enriqueciera la vida de los keniatas y protegiera la integridad del ambiente natural.

Tanta persistencia dio frutos. La obra de reforestación que comenzó con siete retoños hoy se ha convertido en más de treinta millones de árboles en todo Kenia y en África, que sostienen la vida de incontables personas y contribuyen a la paz y a la seguridad de la región.

La doctora Maathai es una mujer intelectualmente brillante, dotada de una personalidad cálida y afectuosa. Posee un espíritu íntegro, que ningún acto de opresión consigue doblegar. ¿Cómo desarrolló tales cualidades y virtudes? Ella misma mencionó, al respecto, la influencia decisiva que tuvieron sus estudios en los Estados Unidos, donde tuvo la fortuna de conocer excelentes amigos y mentores.

Escribió que los profesores de la universidad donde estudió la cuidaron como a una hija. Una de ellas, a quien mucho respetaba, deliberadamente había instalado su despacho en un lugar de paso habitual para los estudiantes. La puerta estaba siempre abierta, y la profesora siempre sonreía a los alumnos cuando los veía pasar.

La doctora Maathai describe así su experiencia y su profundo agradecimiento a los docentes: «Hicieron cuanto estuvo a su alcance por ayudarme, educarme y enriquecer mi vida. Ya había tenido el gran beneficio de obtener una beca completa, pero sin embargo seguí recibiendo muchas cosas más».[1]

Cuando terminó su maestría de posgrado en los Estados Unidos, regresó a Kenia y se doctoró en la Universidad de Nairobi; fue la primera mujer que obtuvo un doctorado en una institución de estudios superiores keniata. Así comenzó su lucha por la felicidad de su pueblo y de su patria.

Desde sus años de estudiante, la profunda determinación de la doctora Maathai fue volver al África y trabajar por su pueblo. Un profesor que la tuvo como alumna en su juventud dijo, con emoción: «Tenemos muchos estudiantes que dicen lo mismo, pero luego progresan y deciden quedarse en este país [en Estados Unidos]. Con todo, ella cumplió su palabra».[2]

Espero que todos los graduados de hoy atesoren, toda su vida, las determinaciones que tomaron aquí en la SUA, los juramentos que compartieron con sus amigos. Según creo, una persona de veras sobresaliente es la que nunca olvida sus promesas de juventud y vive su existencia dedicada a contribuir con el bienestar de los demás.

Al mismo tiempo, por favor, recuerden que si hoy podemos festejar esta auspiciosa ocasión es gracias a sus padres y a su familia, quienes los apoyaron pese a todas las dificultades. Espero que sean personas sinceras, capaces de recordar y de reconocer profundamente esta deuda de gratitud. Además, quiero expresar mi agradecimiento más hondo a todos los miembros del claustro docente y de la administración, que tanto trabajaron para abrir nuevos caminos desde cero.

Finalmente, también quiero extender esta gratitud a todos los vecinos y amigos que apoyaron a la SUA a lo largo de los años, y a las personas de los Estados Unidos y del mundo que han deseado el desarrollo de esta nueva universidad y han sido benefactoras de su progreso.

Para los graduados, el día de hoy señala el inicio de una nueva fase, que los invitará al escenario principal de la vida. Siento cuánto entusiasmo y excitación agitarán su pecho en estos instantes, y adivino los grandes y nobles sueños que los llevarán en alas hacia el futuro.

Mi ferviente deseo es que cada uno de ustedes abra la ruta de su propia misión como fundador, pionero y eterno camarada de la Universidad Soka de los Estados Unidos. Por favor, dejen un legado personal y construyan la clase de vida que les permita decir, orgullosamente: «¡He aquí un egresado de la primera promoción de la SUA!».

Primera ceremonia de graduación de la Universidad Soka de América (Aliso Viejo, California, mayo de 2005) | Foto: Seikyo

El desafío de la universidad

Hoy, me gustaría compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el papel de la universidad en el siglo XXI, para pensar juntos el papel y la misión que deberá cumplir la SUA en el mundo del mañana.

En abril del año pasado, me reuní con el doctor M. S. Swaminathan, presidente de las Conferencias de Pugwash sobre Ciencia y Asuntos Mundiales, que es una organización de científicos que trabaja en pos del desarme y la abolición de la guerra. El doctor Swaminathan es un genetista dedicado al desarrollo agrícola, de prestigio mundial por sus aportes para resolver la crisis alimentaria de la India.

Durante una reunión en la cual intercambiamos ideas sobre diversas cuestiones globales, me impactó una declaración específica que hizo el doctor Swaminathan. Primero, dijo que la humanidad necesitaba, de manera crucial, revolucionar la práctica y el ejercicio de la educación. Luego, notó una tendencia cada vez más pronunciada en la gente de esta época a afirmar sus derechos sin la correspondiente actitud de aceptar su responsabilidad. Recalcó la importancia de la disciplina espiritual y dijo que cada uno debía tener un sólido sentido del deber, no como amos de la tierra, sino como una de las especies que poblaban el planeta. Este es un punto de extrema importancia.

Cuando contemplamos el mundo de hoy, vemos que los conflictos regionales y las luchas étnicas cobran cada vez más intensidad, y que en todas partes siguen estallando reacciones en cadena de violencia y de odio, que parecen no tener fin. Se agudizan los problemas de naturaleza global, referidos al ambiente, a la producción alimentaria y a la generación de energía, lo cual hoy pone a la humanidad ante una crisis sin precedentes.

Pero debemos recordar que tales crisis son de origen humano; fuimos nosotros mismos quienes las ocasionamos. Por tal motivo, es razonable creer que, si aunamos la sabiduría de la humanidad, sin falta podremos afrontar estos desafíos y hallar una vía de resolución. Podemos y debemos encontrar el medio que nos permita mejorar la época en que vivimos. Con este fin, si hay algo esencial es la transformación interior y el crecimiento espiritual de cada individuo.

En particular, lo que hoy hace falta son ciudadanos del mundo, que puedan adoptar una perspectiva realmente global y que estén consagrados al bienestar de la humanidad en su conjunto. Es imperioso forjar personas así y generar una solidaridad de bases muy extensas que las una. Será necesario reformar la educación, para que pueda responder a esta exigencia de la época. En tal sentido, siento que la misión y la responsabilidad de las universidades, como instancias superiores del saber, es crucialmente importante.

¿Qué clase de universidad puede marchar a la vanguardia en el desafío por revolucionar la educación en el siglo XXI? Para explorar este tema tan vasto como cautivante, primero me gustaría esbozar históricamente el desarrollo de la universidad moderna.

El nacimiento de la universidad moderna

Se dice que la universidad moderna se originó en la Italia medieval, y que su punto de partida fue la Universidad de Bolonia. En junio de 1994, fui invitado a disertar por esta noble casa de estudios.

Conocida como la mater nobilium studiorum o «madre de estudios nobles», la Universidad de Bolonia se desarrolló gracias a la conjunción entre la apasionada sed de conocimientos de los jóvenes, y la seria determinación de los profesores de responder a ese deseo. Por su parte, la Universidad de Berlín (Berliner Universität), fundada en 1810 y arraigada en las tradiciones de la universidad medieval, inició la historia de la universidad moderna.

En esta última institución, se adoptó un método de enseñanza centrado en la investigación conjunta de profesores y estudiantes. En ese momento, era costumbre que los alumnos escucharan pasivamente las clases magistrales de los profesores. La adquisición de conocimientos era vista, por lo general, como un proceso mediante el cual se absorbían formas establecidas del saber, y había poco espacio para que los estudiantes plantearan una visión crítica de las cosas. Los profesores podían descuidar su propia labor investigativa sin exponerse a ser cuestionados. Algunos dicen que las décadas anteriores a la creación de la Universidad de Berlín fueron un período de estancamiento para el saber.

Pero la creación de esta casa de estudios, basada en las ideas de Johann Gottlieb Fichte y de los hermanos von Humboldt, representó un punto de inflexión en la historia de la institución universitaria. La idea motriz que alimentó este proyecto fue educar mediante la investigación, acordando a los estudiantes el mismo lugar que los docentes en cuanto a la búsqueda del conocimiento y de la verdad. El sistema de seminarios, que permite a los estudiantes presentar los hallazgos de sus indagaciones y someterlos a consideración de todos los demás, presuntamente comenzó en la Universidad de Berlín y en otras instituciones germanas.

El mayor de los hermanos Humboldt, Wilhelm, intervino de manera prominente en el plan general de reformas educativas que llevó a cabo Prusia en esa época. Así describe la motivación que lo llevó a iniciar este proyecto: «El docente universitario ya no es un maestro, y el estudiante ya no es alguien que recibe pasivamente el saber, sino una persona que emprende su propia investigación, mientras que el profesor guía su trabajo y lo apoya en él».[3]

La visión ideal de la educación universitaria presenta a los docentes y estudiantes en vínculo de mutuo estímulo e inspiración, construyendo un vibrante proceso cognoscitivo mediante el libre debate y el diálogo, escalando juntos las cumbres del saber…

Cuando la Universidad de Berlín adoptó estos principios pedagógicos, se generó un período de desarrollo impresionante para las instituciones alemanas de estudios superiores. Una centuria después, a comienzos del siglo XX, las universidades germanas lideraban el mundo por su cantidad de científicos laureados con el Premio Nobel en la rama de las Ciencias Naturales.

Al mismo tiempo, debemos reconocer las falencias de una educación excesivamente enfocada en el conocimiento especializado. El filósofo español José Ortega y Gasset, por ejemplo, presenta este panorama aciago en Misión de la universidad, publicado en 1930: «Ha sido menester esperar hasta los comienzos del siglo XX para que se presenciase un espectáculo increíble: el de la peculiarísima brutalidad y la agresiva estupidez con que se comporta un hombre cuando sabe mucho de una cosa e ignora de raíz todas las demás».[4]

Para Ortega y Gasset, la misión fundamental de la educación universitaria es la transmisión y el fomento de la cultura, que él denomina «el sistema vital de las ideas en cada tiempo»;[5] es decir, la clase de filosofía o compás espiritual que puede guiar a los seres humanos por el recto rumbo de la vida, en épocas de confusión. Para él, la cultura es «todo lo contrario»[6] al ornamento exterior. En cambio, es lo que «salva del naufragio vital, lo que permite al hombre vivir sin que su vida sea tragedia sin sentido o radical envilecimiento».[7]

Hace un tiempo, tuve el privilegio de visitar, en Los Ángeles, el Museo de la Tolerancia del Centro Simón Wiesenthal. Allí, había una reproducción del lugar donde se celebró la Conferencia de Wannsee, el cónclave de la oficialidad nazi de alto mando donde se planeó el exterminio de los judíos de Europa. Se dice que, de los catorce participantes de ese encuentro, ocho tenían títulos de doctorado. En tenor similar, los que apoyaron e impulsaron la locura del militarismo japonés fueron los miembros de la elite intelectual, formados en las instituciones académicas más exclusivas del Japón.

Son amargas lecciones de la historia, que muestran en profundo la crueldad y la barbarie en la cual pueden hundirse los intelectuales, cuando no tienen una filosofía que los guíe. Los individuos cuya personalidad no ha sido refinada por una cultura auténtica son capaces de cometer actos brutales que niegan y anulan la condición humana.

Así como Ortega y Gasset recalcaba la importancia de la cultura y de una educación centrada en los estudiantes, el filósofo alemán Karl Jaspers abogó por el cultivo de la personalidad y del temperamento humano mediante la investigación. En mayo de 1945, inmediatamente después de caer la Alemania nazi, escribió La idea de la universidad, donde propuso reconstruir las universidades que habían sido arrasadas por el régimen del nazismo, del cual él mismo había sido víctima personal.

Jaspers señala: «Como la verdad es accesible a la indagación sistemática, la investigación es la labor más vital de la universidad».[8] Y dice, también: «Sólo puede enseñar aquel que ha investigado».[9]

Para Jaspers, la investigación constituye la esencia misma de todo establecimiento universitario. ¿Hacia qué fines o metas hay que encauzar la investigación? Según Jaspers, sencillamente dicho, hacia la humanidad. Leemos sus propias palabras: «La universidad, en su búsqueda de la verdad y de la superación del género humano, aspira a resguardar la humanidad de los individuos por excelencia. La humanitas es parte de su mismísima fibra, por mucho o muy profundamente que este término haya cambiado su significado».[10]

Jaspers creía que, «idealmente, la relación entre el profesor y los estudiantes implica una socrática igualdad de lugar, con mutuo hincapié en los criterios, y no en la autoridad».[11] Recalcaba que las personas cuyo intelecto y temple habían sido cultivados mediante el diálogo y el afán de la verdad, basadas en esta clase de lazo entre docente y educando, eran las más capacitadas para contribuir a la sociedad.

La filosofía de los ciudadanos del mundo

Los enfoques adoptados por Ortega y Gasset, y por Jaspers difieren, pero ambos coinciden en que la cultura y la humanidad deben ser los objetivos y las aspiraciones centrales de la educación universitaria. En ambos, notamos una misma preocupación: hasta el conocimiento más avanzado será inútil y peligroso, sin una filosofía que lo dirija hacia la meta de la profunda dicha humana.

La oscuridad que envuelve esta época caótica es muy profunda. En una era así, no hay valor tan codiciado o requerido como la brillante luz de la cultura, que resplandece sólo en aquellos que han templado su sabiduría y su personalidad.

Podría decirse que la cultura es la sabiduría que nos permite dar el mejor uso posible al conocimiento. El filósofo norteamericano John Dewey recalcó sostenidamente la prioridad de la sabiduría sobre el conocimiento. Asimismo, mi propio mentor Josei Toda, segundo presidente de la Soka Gakkai, consideraba que la confusión entre sabiduría y conocimiento era la falencia más crucial de la civilización contemporánea. La relación entre estos dos términos es como la que hay entre una bomba y el agua pura y refrescante que brota a la superficie. El conocimiento es, simplemente, el medio por el cual la sabiduría surge y se manifiesta desde el interior.

El conocimiento, por sí solo, no genera valor. El valor, que para Makiguchi, fundador de la educación soka, consistía en el bien, la belleza y el beneficio, sólo es creado cuando la sabiduría encauza y orienta los conocimientos. El origen de la sabiduría se encuentra en los siguientes elementos: un propósito claro que oriente cada uno de los actos; un poderoso sentido de la responsabilidad y, finalmente, un deseo compasivo y solidario de contribuir al bienestar de los hombres. Cuando, de estas fuentes, brota nuestra sabiduría, podemos desplegar una fortaleza interior que no se debilite ante los juicios superficiales de la sociedad y que pueda discernir sagazmente cuáles valores son genuinos y cuáles, perniciosos.

La Universidad Soka de los Estados Unidos fue fundada como una institución en artes liberales, con la esperanza y el deseo de que todos los que estudien aquí puedan cultivar y perfeccionar la fortaleza interior necesaria para traducir cualquier tipo de conocimientos en valores sólidos, y crear, desde su puesto como ciudadanos del mundo, la paz y la felicidad de todos los hombres.

Aquí me gustaría analizar algunas ideas sobre el tipo de filosofía que puede orientar este proceso creador de valores en beneficio de la humanidad.

Respeto a la vida

Lo primero que quiero recalcar es que ésta debe ser una filosofía de absoluto respeto y reverencia a la vida.

En estos momentos, estoy dialogando con el doctor Joseph Rotblat, célebre físico y defensor de la paz con una larga trayectoria de lucha por la abolición de las armas nucleares. Sé que todos recordarán las inolvidables palabras de aliento que les dio, aquí en la SUA, el doctor Rotblat inmediatamente después del atentado terrorista del 11 de setiembre de 2001. Él también me envió sus felicitaciones sinceras para todos los que hoy se gradúan.

El foco del diálogo que en este momento estamos manteniendo es, precisamente, la filosofía de respeto a la vida.

Durante la Segunda Guerra Mundial, compelido a responder a la amenaza de que los nazis tuvieran armas nucleares, el doctor Rotblat participó en el Proyecto Manhattan, que fue el plan de las fuerzas aliadas para desarrollar arsenales atómicos. Sin embargo, cuando vio que Alemania había renunciado al afán de fabricar tales armas, y que el verdadero propósito de este programa era intimidar a la Unión Soviética en tiempos de posguerra, valerosamente renunció a su trabajo. Fue el único científico que tomó esta decisión antes de que el Proyecto hubiera terminado. Fue tratado como espía soviético y atacado por todos los frentes con acusaciones infundadas, y su postura le valió innumerables sufrimientos.

Pese a las dificultades, siguió actuando de acuerdo con sus íntimas convicciones. ¿Y qué le permitió comportarse así? Al respecto, menciona su horrenda experiencia durante la Primera Guerra Mundial, que dejó cicatrices indelebles en su alma y le enseñó que la guerra era el mal absoluto. De resultas de esta guerra, su familia perdió todo lo que poseía, y sus años de infancia se vieron signados interminablemente por la lucha contra el hambre y la enfermedad.

El joven doctor Rotblat, motivado por estos hechos infaustos, tomó la determinación de emplear el poder de la ciencia para crear un mundo que no necesitase recurrir a la guerra. Se dedicó a trabajar para eliminar las causas del sufrimiento humano y contribuir a la felicidad de sus congéneres. Esa fue el compromiso que hizo durante la juventud. Luego, cuando los nazis invadieron Polonia, el doctor Rotblat perdió a su amada esposa en el Holocausto.

Se prepara a cumplir 97 años. Ha remontado toda suerte de obstáculos, y hasta el día de hoy sigue trabajando por la causa de la paz y la dignidad de la vida. Hasta el ideal del respeto a la vida puede acabar siendo un mero eslogan, sin poder de transformar la realidad, cuando no se lo traduce en acciones. Por ende, hay que establecerlo como filosofía genuina en nuestro corazón y en el corazón de los demás. Y esta filosofía debe ser puesta en práctica en actos concretos por la paz, de a un paso por vez en dirección a su imperio efectivo.

En una declaración que formuló en 1957 abogando por la prohibición de las armas nucleares, Josei Toda denunció que el uso de estos arsenales era una amenaza «diabólica, satánica y monstruosa» a la existencia humana, y declaró su compromiso de exponer y «arrancar de cuajo» las garras de este mal extremo que anidaba en este tipo de armamentos. Ese fue su heroico rugido.

Así, manifestó su determinación de desafiar y combatir el mal y la violencia, la ignorancia y el prejuicio, en todas sus formas. Para ello, exhortó siempre a las personas a comprometerse con la causa de la «revolución humana», una lucha por hacer transformaciones profundas y positivas en lo profundo de la vida propia y ajena.

El foco de la educación soka, creadora de valores, siempre debe ser expandir esta clase de revolución humana.

El respeto a las diferencias culturales

El punto siguiente que deseo recalcar es el respeto a las diferencias culturales, ahondando en la capacidad de reconocer el valor de las culturas que son distintas de las nuestras.

La historia humana fue testigo de innumerables choques y luchas armadas, arraigadas en el prejuicio y en la errónea comprensión de otras culturas, que exacerbaron el odio y la hostilidad en la población. Este es el trágico destino que debemos transformar.

La sala Mohandas y Kasturba Gandhi, que adorna el predio de la SUA, lleva el nombre de un gran líder de la lucha no violenta. Tuve muchas oportunidades memorables de reunirme a dialogar con el doctor B. N. Pande, miembro del Rajya Sabha (Consejo de Estados) y vicepresidente del Gandhi Smriti y Darshan Samiti (Centro en Memoria de Gandhi). El fallecido doctor Pande participó en la lucha por la independencia india y fue uno de los discípulos más cercanos del Mahatma Gandhi. Durante uno de nuestros encuentros, orgullosamente me contó el siguiente episodio, que citó como ejemplo de la influencia que había tenido la filosofía gandhiana en los jóvenes de la India.

El incidente tuvo lugar cuando una multitud de hinduistas fanáticos atacó un albergue estudiantil donde vivían jóvenes hindúes y musulmanes, todos abocados a la preparación de sus tesis académicas. La pandilla pidió a los estudiantes hinduistas albergados en la residencia que salieran a la calle, prometiendo que allí estarían a salvo. Los musulmanes, en cambio, debían permanecer adentro. Si ninguno de los hindúes salía, el grupo extremista prendería fuego el edificio con todos sus ocupantes.

Pero todos los estudiantes rehusaron abandonar la pensión; dijeron que no saldrían hasta que no se garantizara la seguridad de todos. Si querían incendiar la casa, allá ellos. Al cabo de un tiempo, llegó el ejército y los jóvenes pudieron evacuar el hospedaje.

En ese momento, la multitud dijo, amenazadora, que sólo permitirían retirar sus libros y tesis a los estudiantes hindúes. Pero, una vez más, estos se negaron a este tipo de discriminación, aunque los favoreciera. «¡Si piensan quemar las tesis y trabajos de los musulmanes, tendrán que quemar los nuestros también!». Finalmente, hicieron arder el albergue, y todos los papeles y monografías de los jóvenes se perdieron en el incendio.

El doctor Pande habló con uno de los jóvenes hindúes involucrados en el episodio, que venía trabajando en su tesis doctoral desde hacía tres años. Cuando le preguntó al joven si no sentía amargura, él respondió: «¿Amargura? ¿Por qué? Tengo la conciencia absolutamente limpia. Actúe de acuerdo con las enseñanzas de Gandhiji. Ese es nuestro espíritu». Había protegido, hasta el final, a esos compañeros de estudios que practicaban una fe distinta de la suya.

En la SUA hay estudiantes de más de treinta países. En verdad, ustedes son como un mundo en miniatura. Con respeto mutuo a sus culturas y valores diversos, han aprendido unos de otros, y han forjado amistades duraderas. Imagino que, muchas veces, estas diferencias de cultura y de modos de pensar los habrán confundido y sorprendido. Pero estoy seguro de que tales experiencias serán un tesoro inestimable y un patrimonio para ustedes, como líderes del mañana.

Por mucho que cambien las épocas y el mundo, espero que los graduados de la SUA atesoren siempre, durante toda la vida, los preciados lazos de amistad que formaron estudiando juntos aquí en este predio en las lomas de Aliso Viejo. Por favor, sigan construyendo y creando una red mundial de amistad que una el corazón de los pueblos del mundo con puentes de confianza y comprensión.

Ustedes serán, eternamente, los primeros egresados de la SUA. Son ciudadanos del mundo que han aprendido e incorporado el humanismo soka, y sé que su objetivo es vivir siempre a la vanguardia, trabajando por hacer realidad un futuro de convivencia armoniosa entre los hombres.

Recordar al pueblo

El tercer punto que quiero recalcar es el espíritu de trabajar por las personas comunes y de compartir sus horas tristes y dichosas. Esta convicción, esta postura, es la base esencial que sostiene a todo ciudadano del mundo. La universidad debe ser un ámbito que forje valores humanos talentosos, dispuestos a responder a las necesidades de aquellos que, por mucho que hubiesen querido, no pudieron recibir educación superior. Esta ha sido mi constante exhortación a lo largo de los años.

La Universidad Estatal de Moscú, hace poco, celebró el 250o aniversario de su fundación. El rector de la institución, doctor Victor A. Sadovnichy, me contó el siguiente episodio de su propia vida.

Cuando él era joven, todo parecía indicar que no podría ir nunca a la universidad. Había tenido que abandonar su aldea natal para trabajar duramente en una mina de carbón, mientras a duras penas seguía estudiando.

Así y todo, fue al correo y despachó una solicitud para una universidad dedicada a estudios agrarios. Pero cuando el capataz de su equipo minero se enteró, exhortó al joven Sadovnichy a inscribirse en la Universidad Estatal de Moscú, y le aseguró que todavía estaba a tiempo. Este hombre llegó al extremo de ir al correo y conseguir que le devolvieran el sobre con el formulario original, para que el joven optara por presentar sus antecedentes en la prestigiosa universidad moscovita.

Sin este aliento y este apoyo sinceros, recuerda hoy el doctor Sadovnichy, jamás se habría atrevido a postularse en la institución de la cual, muchos años después, llegó a ser rector. Me dijo que, atrás de toda su labor en beneficio de la Universidad Estatal de Moscú, y de todo lo que hacía para que siguiera siendo una gran universidad dedicada a la gente anónima y sencilla, palpitaba el deseo de no defraudar a las personas que habían creído en él y que habían apostado a su crecimiento.

La Universidad Soka de los Estados Unidos es del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Ella condensa el firme deseo y la expectativa de muchísimos ciudadanos del mundo, que quieren verlos a todos ustedes convertidos en valores humanos capaces de contribuir al logro de la paz. En numerosos países y lugares del mundo, hay personas que quieren que ustedes tengan el tipo de educación que ellas nunca pudieron disfrutar. Esas personas, que coinciden con los ideales fundacionales de la SUA, han hecho donaciones sinceras a la universidad, con la esperanza de que ellas ayuden a sus jóvenes estudiantes.

Les pido que nunca olviden el corazón noble y valioso de estas personas. Les pido que vivan retribuyendo sinceramente lo mucho que han recibido de los demás. Y les pido que sean personas fuertes y capaces, que avancen siempre abriendo nuevas rutas para el mejoramiento de la sociedad y la dicha profunda de todos los ciudadanos anónimos del mundo. Pues, precisamente, en esta forma de vivir encontrarán su máximo orgullo, propósito y alegría.

Conquistar la democracia

El cuarto punto que hoy quiero recalcar es que la educación y el conocimiento, más que ninguna otra cosa, son la energía motriz que impulsa el desarrollo de la democracia. John Dewey y otros filósofos norteamericanos nos han hecho reflexionar muy profundamente sobre esta realidad.

Como Dewey recalcó en muchas de sus obras, «la democracia es más que una forma de gobierno».[12] Para él, el sufragio universal, el gobierno de la mayoría y otras modalidades de organización política debían ser entendidos como medios para la concreción de la democracia genuina. Llegó a decir: «Es una forma de idolatría elevar los medios al lugar de los fines a cuyo servicio deberían estar».[13]

El gran poeta Walt Whitman declaró: «La democracia también es ley, y una ley de la clase más amplia y rigurosa».[14] Y escribió, además: «La ley es el orden inquebrantable y eterno del universo».[15]

La democracia es una forma de vivir cuyo propósito es permitir que los hombres logren autonomía espiritual, vivan en respeto mutuo y disfruten de felicidad. También puede verse como una expresión de sabiduría humana orientada al objetivo de la convivencia armoniosa. En tal sentido, creo que debe ser vista como un principio universal.

Pero aquí debemos tener en mente la severa advertencia de Dewey. La gente tiende a creer que la democracia es ‘un hecho’ fijo y completo, que se transmite pasivamente de una generación a la siguiente. Pero no es así. «Cada generación debe volver a conquistar la democracia por sí misma».[16]

El esfuerzo continuo por lograr la democracia es, según Dewey, «el más grandioso experimento de la humanidad».[17] El trabajo de acometer y perpetuar este experimento recae cotidianamente en la educación. Es así, porque una sociedad genuinamente democrática no puede edificarse mediante la autoridad o la fuerza externa. El camino correcto implica hacer surgir la capacidad inherente a la población, ponerla en libertad, y dirigirla en forma autónoma y espontánea hacia la construcción de una sociedad democrática. Dewey sostenía que la educación era la clave para hacer posible esta realidad.

Por eso, una vez más, quiero reafirmar que la misión primordial de la universidad es templar y forjar los ideales democráticos, y arraigarlos en la sociedad como forma de servicio a todo el género humano.

El espíritu de maestro y discípulo

León Tolstói dijo: «La enseñanza religiosa, entendida como explicación del sentido y el propósito de la vida, debería ser la base de toda educación».[18]

No hace falta decir que la educación creadora de valores no postula ni imparte ninguna doctrina religiosa. Sin embargo, creo yo, se basa en una cosmovisión sólida y universal. Si tuviera que expresarla en una sola frase, diría que es el compromiso compartido entre el docente y el educando, entre el mentor y el discípulo.

Así como sólo un diamante puede tallar otro diamante, las personas pueden capacitarse y forjarse, y elevarse a mayores alturas, sólo mediante una intensa relación humana que abarque la personalidad humana total. Lo que permite esta superación individual es la relación entre el maestro y el que aprende, entre el discípulo y el mentor.

El Sutra del loto, que contiene la esencia de la filosofía oriental, expresa la determinación del Buda de hacer que sus discípulos «sean iguales a mí, sin que haya distinción alguna entre ellos y yo».[19] Esta es la promesa del maestro: elevar el estado de vida de los practicantes al mismo nivel que el suyo.

Si vemos las capacidades y posibilidades básicas de la vida, no hay diferencias intrínsecas entre el que enseña y el que aprende. El mentor utiliza creativa e imaginativamente diversos medios y métodos para inspirar a los que aprenden, y hacerlos tomar conciencia de la sabiduría y el poder a los que pudo acceder el maestro. El verdadero maestro no desea nada tanto como ser igualado –o, mejor aún, superado— por sus discípulos y estudiantes.

Los maestros Makiguchi y Toda dedicaron su vida, y hasta la pusieron en riesgo y la ofrendaron, por el objetivo de que sus semejantes comprendieran el infinito potencial de su vida, y lo experimentaran de manera concreta y real.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el señor Makiguchi criticó la filosofía subyacente al militarismo político del Japón. Su valerosa denuncia lo llevó a la cárcel y a morir en prisión. Como él, el presidente Toda soportó el presidio y sobrevivió a esta dura prueba. Cuando recobró la libertad, dedicó toda su existencia a propagar una filosofía de humanismo y a trabajar por la dicha del pueblo. Yo, discípulo suyo y heredero del legado que dejaron ambos mentores, fundé la Universidad Soka de los Estados Unidos para que sea un bastión de la más profunda espiritualidad.

El futuro es de ustedes

Aunque aquí analicé diversos puntos, en síntesis, quiero subrayar que el verdadero valor de una universidad queda determinado por sus egresados. Las actividades y los aportes de sus graduados serán lo que mida la estatura y la valía de una institución dedicada al saber superior.

Tuve oportunidad de conocer a muchos educadores prestigiosos. Uno de ellos es Lawrence E. Carter, deán de la Capilla Internacional «Martin Luther King (h)» de la Universidad Morehouse que, por supuesto, es donde estudió el gran adalid de los derechos humanos, el doctor Martin Luther King (h). Cuando le pregunté al doctor Carter cuál era la causa más grande de orgullo en la historia de su universidad, sin vacilar me dijo: «Nuestros excelentes graduados».

Efectivamente, son los egresados los que establecen el valor de una universidad. El desafío de un establecimiento educativo es forjar la mayor cantidad posible de valores humanos que puedan, realmente, contribuir al florecimiento de la sociedad y al bienestar de sus congéneres.

Dos veces tuve ocasión de dialogar con el doctor David P. Roselle, presidente de la Universidad de Delaware.

Esta casa de estudios se fundó en 1743, varias décadas antes de que las colonias norteamericanas declararan su independencia. El fundador, Francis Alison, era un joven de poco más de treinta años. En la primera promoción, egresaron apenas diez personas. Las instalaciones, servicios y libros de texto eran absolutamente inadecuados; el aula principal era la vivienda personal del fundador.

Y sin embargo, de este grupo inicial surgieron gobernadores de Estado, congresales, doctores, juristas y académicos. En esa primera promoción hubo tres próceres que firmaron la Declaración de la Independencia y un signatario de la Constitución de los Estados Unidos.

Cuando pregunté al presidente Roselle cuál había sido, en su opinión, el legado del doctor Alison a la Universidad de Delaware, su respuesta fue muy clara: El mayor legado del doctor Alison fue esa primera promoción de graduados.

Entiendo y comparto absolutamente su opinión. Ustedes, los egresados que hoy abren las alas para surcar el cielo inmenso del futuro, son mi más grande legado a la humanidad, y el tesoro supremo del género humano.

En la primera hornada de la Universidad de Delaware hubo apenas diez personas. En la promoción 2005 de la SUA hay cien graduados. ¡Imaginen el brillante nuevo mundo que serán capaces de crear!

Espero que ustedes, que son mi vida entera, recorran el camino de su misión desplegando en el trabajo y en la sociedad su descollante capacidad de liderazgo y siendo adalides de la paz, la cultura y la justicia, adalides de la humanidad dedicados al bien del pueblo.

Por favor, avancen triunfalmente hacia una existencia de tanta grandeza, que las futuras generaciones digan que la primera promoción de la SUA abrió y forjó la ruta hacia un nuevo mundo. Creo absolutamente en su victoria, y en ella deposito mis mayores esperanzas.

José Ortega y Gasset, el filósofo que antes mencioné, declaró: «Vivir es, de cierto, tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él».[20]

El escenario principal de sus actividades está esperándolos. Confío en que trabajarán por la humanidad y harán una contribución mayúscula como ciudadanos del mundo, considerando que el globo es su hogar.

Por favor, siempre lleven en su pecho erguido el orgullo de ser la primera promoción de graduados de la SUA, y triunfen sobre todas las tormentas y desafíos que tengan por delante. Les pido que sean personas de primerísimo calibre en el campo donde les toque desempeñarse. Hasta el final, recorran una senda que les permita declarar su propia victoria en la vida con total seguridad.

Con todo mi ser, proclamo: ¡Que la Universidad Soka de los Estados Unidos sea el bastión de la esperanza en la paz mundial! ¡Que sea la cuna donde se forje una civilización global de respeto a la vida!

Construir nuevos valores, crear la paz y dar esperanza a los hombres es la gigantesca y noble misión que cada uno de ustedes lleva consigo, en su despedida de la SUA.

Por último, quiero dedicarles estas palabras que el historiador francés Jules Michelet pronunció ante sus estudiantes: «¡Jóvenes! Suya es la responsabilidad del futuro. ¡El mundo los necesita!».[21]

Una vez más, mis calurosas felicitaciones por esta magnífica ceremonia de graduación.

¡Me inclino ante la gloriosa primera promoción! ¡Les auguro la victoria y la felicidad! ¡Juntos, creemos una nueva época de triunfo para la educación soka!

¡Felicitaciones!

Primera promoción de graduados de la Universidad Soka de América | Foto: Seikyo

Notas

[1] HOMAN, Thomasita: «Egresada planta las semillas de una nueva Kenia», Threshold, primavera 2003.

[2] SUTERA, Judith: «Egresada obtiene el Premio Nobel de la Paz», Threshold, invierno 2004.

[3] HUMBOLDT, Wilhelm von: Werke (Obras), Berlín: Walter de Gruyter, 1968, vol. 13, pág. 261.

[4] ORTEGA Y GASSET, José: «Misión de la universidad», Obras completas, Madrid: Alianza Editorial, 1983, tomo IV, pág. 325.

[5] Ib., pág. 322.

[6] Ib., pág. 321.

[7] Ib.

[8] JASPERS, Karl: The Idea of the University (La idea de la universidad), Londres: Peter Owen, 1960, pág. 21.

[9] Ib., pág. 58.

[10] Ib., pág. 145.

[11] Ib., pág. 67.

[12] DEWEY, John: Democracy and Education (Democracia y educación), Carbondale and Edwardsvillem: Editorial de la Universidad de Illinois del Sur, 1985, pág. 93.

[13] DEWEY, John: Problems of Men (Los problemas del hombre), Nueva York: Greenwood Press, 1968, pág. 58.

[14] WHITMAN, Walt: Democratic Vistas (Panoramas de la democracia), Nueva York: The Liberal Arts Press, 1949, pág. 21.

[15] Ib.

[16] DEWEY, John: Problems of Men, ed. cit., pág. 39.

[17] Ib., pág. 45.

[18] TOLSTÓI, León: A Calendar of Wisdom (Calendario de sabiduría), Nueva York: Scribner, 1997, pág. 138.

[19] The Lotus Sutra (El Sutra del loto), Nueva York: Editorial de la Universidad de Columbia, 1993, pág. 36.

[20] ORTEGA Y GASSET, op. cit., pág. 341.

[21] MICHELET, Jules: L’Étudiant (El estudiante), París: Calmann Lévy Éditeur, 1885, pág. 226.

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