Por Ana Belén García-Varela
CUADERNOS DEL INSTITUTO IKEDA · 2 · Dic. 2020
En toda su trayectoria como filósofo, educador y escritor, el diálogo ha sido un pilar fundamental del trabajo de Daisaku Ikeda a favor de la construcción de la paz. A lo largo de los años ha publicado numerosos diálogos con pensadores de todo el mundo, en los que se abordan temas fundamentales para comprender la realidad de nuestro tiempo a través del análisis de la filosofía, la historia y la cultura.
Entre estos diálogos publicados, uno de los primeros fue el que mantuvo con el historiador Arnold J. Toynbee en mayo de 1972 y mayo de 1973, que podemos encontrar en castellano en el libro Elige la vida. En sus conversaciones, Ikeda y Toynbee abordaron una gran variedad de temas para comprender a través de la historia cómo afrontar los desafíos de nuestra sociedad (Ikeda, 2019). Un gran valor del trabajo de Toynbee fue la capacidad de investigar los hechos históricos desde una perspectiva global. Al profundizar en ello, el diálogo Toynbee-Ikeda nos muestra que podemos luchar contra nuestros prejuicios inconscientes y evitar las visiones etnocéntricas de la realidad que nos llevan a sentimientos de superioridad de unas sociedades frente a otras.
Elige la vida representa un inicio en una larga lista de intercambios centrados en hallar las claves para construir una sociedad pacífica donde el diálogo y el entendimiento nos permitan avanzar juntos. Por ello, podemos decir que Ikeda no solo ha reflexionado teóricamente sobre el valor del diálogo, como trataremos de profundizar en este artículo, sino que además nos ha mostrado con ejemplos reales cómo, a través de la palabra, podemos promover el entendimiento entre los pueblos.
El diálogo como movimiento para construir la paz
Ikeda (2011) argumenta que nuestra sociedad se encuentra fragmentada debido al fracaso de la comunicación que vivimos en nuestros días. Gracias a la gran conectividad y a los numerosos medios de información que tenemos actualmente en las sociedades llamadas “desarrolladas”, sumados al incremento del uso cotidiano de Internet y los dispositivos móviles, acceder a la información es cada vez más sencillo. Pero debemos ser conscientes de que, en muchos casos, la información que nos llega por estos medios está despersonalizada y descontextualizada de su realidad, no mostrando conexión con las personas a las que se refiere.
De este modo, estamos muy acostumbrados a escuchar debates, noticias, etc. de una forma que no nos deja entender la realidad de las personas que están viviendo las situaciones expuestas. Por ejemplo, se habla de víctimas de una forma impersonal, de manera que perdemos de vista la realidad del drama que se está tratando. O se habla de forma genérica de ciertos grupos poblacionales, como si todas las personas que los forman tuvieran las mismas ideas o circunstancias. Así, en muchas ocasiones damos por hecho que una nacionalidad, o la identificación con un movimiento político o social, determina que la persona tenga una forma concreta de pensamiento sobre ciertos temas. Debemos ser conscientes de que esto no es así. Ese tipo de interpretaciones afloran desde una creencia absolutista de la realidad. Y si algo sabemos es que la realidad se construye de forma subjetiva. Por ejemplo, diferentes personas podemos identificarnos con ser mujeres y con ser españolas, y eso no significa que nuestra forma de vivir nuestra identidad, ni siquiera en esos dos rasgos, sea la misma para todas.
Además, en muchos casos, se da por válido un único discurso, sin dar voz a otras perspectivas o, incluso, en muchos casos, sin dar voz a los verdaderos protagonistas de la situación. De esta forma, por ejemplo, en la historia pocas veces se ofrecen diferentes visiones de un mismo hecho. Pero lo que para unos pudo ser una conquista, para otros fue una invasión, y esto no hace que una de las dos versiones sea más valiosa que la otra. Estamos muy acostumbrados a tener una visión unilateral de los hechos, y esto se evidencia en la vida cotidiana. Por ejemplo, en los mapas con los que tradicionalmente se estudia la geografía en Europa, donde nuestro continente se encuentra en el centro de la imagen mostrando una visión etnocéntrica del mundo, y donde no se representan de forma proporcionada los hemisferios, al darse más visibilidad al hemisferio norte.
Otro sesgo que encontramos en la información que nos llega a través de los medios de comunicación tiene que ver la supuesta objetividad de los hechos. En nuestros días vemos cómo los discursos mediáticos no suelen ser ajenos a ideologías políticas, pero se nos trata de ofrecer esa información como objetiva, de forma que se nos plantea una parte de la realidad obviando otra que también debería ser escuchada. En este orden de cosas, vemos cómo los poderes económicos tratan de influir en los medios de comunicación para manipular la opinión pública.
Todos estos son ejemplos de discursos donde lo que prima es la emisión de un mensaje, que además se plantea como objetivo, pero no se atiende a su recepción por el otro, a su escucha. Y es justamente desde la escucha que podemos construir el diálogo para poder llegar a una comprensión mutua. Desde la filosofía de Daisaku Ikeda, lo que se propone es tratar de fomentar una escucha activa que nos permita comprender el punto de vista del otro para enriquecer nuestro conocimiento de la realidad. Así, podremos construir un diálogo creativo que permita avanzar en la comprensión de los fenómenos y nos lleve a puntos de encuentro entre las personas.
Es este tipo de diálogo el que Ikeda nos muestra que puede ayudarnos a construir una sociedad pacífica. Con este tipo de diálogo como punto de apoyo, podemos salir de nuestro ‘yo pequeño’ para lograr acercarnos a otras realidades. Es, por tanto, el modo de aproximarnos a la comprensión de otras culturas. Las murallas que separan los pueblos son una muestra de la falta de diálogo (Ikeda, 2020). Es el miedo al otro lo que genera desconfianza o recelo a lo que es diferente, y lo que provoca los conflictos. En cambio, desde el diálogo podemos vencer ese miedo y esa desconfianza, porque nos ayuda a conocer la realidad de la persona o personas con las que se está conversando, nos permite ponernos en su punto de vista y entender sus sufrimientos. Esta es la clave para poder generar solidaridad en el género humano.
Cómo construir un diálogo que cree valor
Para poder dejar a un lado las diferencias y ser capaces de escuchar la realidad del otro, necesitamos construir un diálogo de corazón a corazón donde no se emitan juicios previos. Se trata de un diálogo basado en la empatía y en la comprensión del sufrimiento del otro. Ikeda (2014) nos dice que “ese corazón capaz de escuchar al otro con empatía tiene el poder de abrir el corazón de los demás, disipar la angustia y curar las heridas psíquicas. Dicho de otro modo, solo un corazón puede conmover a otro corazón” (p.116).
Llegar a comprender la situación que vive otra persona nos ayuda a ponernos en su lugar si lo hacemos desde el respeto a la dignidad de su vida, entendiendo su realidad, y tratando de acercarnos a su propia percepción. Si comprendemos que cada existencia es valiosa, que cada persona puede realizar una gran aportación a nuestra sociedad, podremos llegar a puntos de encuentro a través de un diálogo que cree valor en esa situación.
Entendemos que la creación de valor es “la capacidad de hallar sentido a cualquier circunstancia, de mejorar la propia existencia y contribuir al bienestar de los demás, en cualquier situación» (Ikeda, 2020, p.66). En este sentido, está ligada al concepto de generatividad, de forma que es cada individuo quien crea el sentido de su propia vida (Iborra y García-Varela, 2020). Esto nos lleva a adoptar de manera responsable la acción en nuestra propia vida, una acción que se encamina hacia la felicidad si creamos valor en nuestro contexto, por supuesto, teniendo en cuenta a los demás.
Siguiendo la idea eriksoniana de la generatividad (Erikson, 1964, 1985), la creación de valor es una actividad individual y a la vez comunitaria, de forma que este proceso no puede ocurrir de forma aislada ni desarrollar su máximo potencial sin el otro. Vista de este modo, la creación de valor es un proceso de “autorrealización social” que nos permite mejorar nuestra propia vida independientemente de las circunstancias externas que se estén viviendo en ese momento (Sherman, 2016). Por ello, Tsunesaburo Makiguchi (1998) afirmaba que lo que define el valor de una situación es la manera en que agrega o resta valor, permitiendo avanzar o dificultando la condición humana.
Para la educación Soka, desarrollada por Makiguchi, la creación de valor es una condición indispensable para la existencia de la vida (Makiguchi, 1998). Desde esta perspectiva, la escuela, como parte de la vida cotidiana, está llena de oportunidades para desarrollarnos nosotros mismos y de apoyar a quienes nos rodean. Así, cada una de nuestras interacciones con otras personas, ya sea a través del diálogo, el intercambio de ideas o la interacción, es una oportunidad para crear valor (Goulah e Ito, 2012).
La oportunidad de “inventar” nuestra propia vida desarrollando todo nuestro potencial supone la realización de la revolución humana. En la medida en que este proceso de transformación interior supone la mejora del contexto en el que se vive, se está influyendo de forma directa también en la transformación del entorno.
De este modo, Makiguchi (1998) propone que una vida creativa y feliz no puede basarse únicamente en el beneficio propio y que debe tener como objetivo el bienestar personal, así como la mejora de la vida de los demás. Esto se muestra claramente, por ejemplo, en las instituciones educativas que Ikeda ha fundado y que se basan en una concepción de la educación como actividad que cultiva un espíritu humanista que vele por la mejora de la vida de los demás. Así, la educación debería brindar oportunidades a los estudiantes para que puedan desarrollar las habilidades necesarias para mejorar sus capacidades en bien de ellos mismos y de la sociedad.
El diálogo como herramienta de cambio personal
Desde diferentes perspectivas en psicología, se utiliza el diálogo por su poder terapéutico; por ello, en la mayoría de las terapias el diálogo es un recurso importante. Este poder terapéutico del diálogo es muy visible en ciertas corrientes como la que se desarrolla, desde el punto de vista psicológico, en las prácticas colaborativas y dialógicas[1] o el phylosophical counseling desde el que trabaja Lou Marinoff.
Sobre este poder terapéutico del diálogo disertan Ikeda y Marinoff (2014) en el libro El filósofo interior, en el que exploran las conexiones entre ambos planteamientos filosóficos desde Oriente y Occidente. En concreto, en relación con el diálogo defienden que, en muchos casos, tiene el poder de activar la capacidad que poseen las personas para curarse a sí mismas. El diálogo nos da la posibilidad de comprender nuestra propia realidad porque nos permite ponerle palabras, y además nos ayuda a entenderla de una forma más compleja conectándola con la realidad de otras personas.
A través del diálogo podemos expresar nuestro descontento con las circunstancias, poner palabras a nuestras emociones y dar sentido a nuestra realidad. Así, creamos conceptualizaciones de nuestra propia vida que son en realidad interpretaciones subjetivas de los hechos. Por este motivo, ante una misma situación, diferentes personas pueden vivirla de una manera distinta. Además, esa forma de vivir un hecho concreto es la expresión de la interpretación que estamos haciendo de esa realidad. Por ello, si generamos una nueva interpretación de la realidad, lograremos encontrar una nueva forma de afrontar la situación que nos aflige.
Esa interpretación subjetiva de la realidad puede cambiar a través del diálogo, porque este nos abre un espacio para repensar sobre ello partiendo de nuestra conceptualización de lo que ocurre y a la luz de las preguntas o ideas que nos sugiere el otro. Desde una perspectiva psicológica, ese otro es el terapeuta. Por eso, el diálogo abre un espacio de reflexión que nos puede ayudar a liberar nuestra carga emocional sobre una situación o fenómeno. Esto es lo que permite crear una nueva conceptualización y nos da la posibilidad de posicionarnos de otra manera ante la realidad. Esto es lo que nos conduce a la curación en un sentido terapéutico.
Para comprender este poder terapéutico, desde el budismo se habla de las funciones mentales. Así, se describe que el diálogo permite aflorar ante los demás las funciones mentales positivas de una persona. Del mismo modo, si el diálogo se convierte en un espacio donde surgen tendencias mentales negativas, pueden ser examinadas de forma consciente para tratar de encontrar la manera de afrontar el sufrimiento de una forma constructiva. Es por ello, que el diálogo se convierte en una herramienta que empodera a cada persona y que le permite paliar su sufrimiento.
El diálogo en el budismo
En el budismo se afirma que “la voz lleva a cabo la tarea del Buda” (Nichiren, 2008, p.197). En sus escritos, Nichiren Daishonin plantea sus enseñanzas sobre la vida y la naturaleza humana desde una práctica budista enfocada a la búsqueda de la felicidad personal y la construcción de la paz. Desde el humanismo budista, Daisaku Ikeda se basa en estas ideas para profundizar en cómo la práctica budista nos permite transformar nuestra propia vida.
Desde el budismo Nichiren se expone que en nuestra vida experimentamos diez estados de vida por los que vamos pasando de manera cambiante. Uno de estos estados de vida es la budeidad o el estado de Buda. En este contexto, por budeidad entendemos “un estado de felicidad absoluta e indestructible” (Ikeda, 2015, p.13) que no se ve afectada a pesar de las dificultades que se puedan encontrar o de circunstancias concretas.
Cuando nos encontramos imbuidos de este estado de budeidad, nos lleva a trabajar con sinceridad para cumplir el compromiso de la búsqueda de la paz. Esta búsqueda se encuentra en el camino hacia la consecución de la felicidad propia y la de los demás. De esta forma, el deseo de hacer felices a todas las personas es una muestra de la manifestación humanística de la vida del Buda y lo que nos lleva a alcanzar ese estado de vida.
Según las enseñanzas de Nichiren, a través de la práctica budista, nuestra determinación personal nos hace actuar con sabiduría y superar las dificultades para avanzar hacia nuestro objetivo. Mediante nuestro esfuerzo constante, basado en la determinación que mantuvo el buda, podemos lograr nuestra determinación.
En esta tarea para superar los obstáculos, nuestra voz tiene un gran valor. Ikeda insiste en que una voz que inspire convicción y coraje, así como amor compasivo hacia los demás, puede llegar a conmover los corazones y a transformar la realidad a un nivel muy profundo. De este modo, el diálogo en sí mismo es ya una acción que emprendemos a través de nuestra voz y que nos permite transformar la realidad. “Con las voces elogiamos, alentamos, corregimos, curamos, alegramos e impartimos la energía de la esperanza y del valor. Es un intercambio dinámico de vida a vida, de mente a mente, y, huelga decirlo, siempre basado en la buena voluntad” (Ikeda y Marinoff, 2014, p.122).
De esta manera, desde el budismo Nichiren, se interpreta que la voz hace despertar a las personas para que activen su iluminación interior. Por ello, la fuerza que motive el diálogo debería basarse en el compromiso de crear valor en la vida de cada persona. A través de ese proceso de intercambio verbal se estaría estimulando la disposición mental positiva del otro, creando lazos de confianza que nos ayuden a entendernos.
Es por ello que el diálogo constituye una herramienta fundamental en el budismo. Una práctica budista encaminada a eliminar el dolor e inspirar alegría debe utilizar el diálogo para poder comprender y relacionarse con otras personas.
Un ejemplo de esto podemos verlo en el espíritu de diálogo que se promueve desde las instituciones fundadas por Daisaku Ikeda. Así, las reflexiones de Ikeda sobre el diálogo no se quedan en meros planteamientos teóricos, sino que con su postura ha inspirado a dichas instituciones a poner el foco en el diálogo.
Podemos fijarnos, por ejemplo, en los centros educativos que ha fundado Ikeda y que están basados en la educación Soka e inspirados en las enseñanzas de Tsunesaburo Makiguchi. En estos centros, es fundamental la postura del docente como persona capaz de tener en cuenta a sus estudiantes por encima de todo. La creación de valor en la propia vida como docente se construye desde la base de cómo los estudiantes pueden crear valor en la suya, aprendiendo a participar de forma activa y comprometida en su propio contexto. Así, la preocupación por el bienestar de los estudiantes y la motivación a que se esfuercen en mejorar se convierten en piezas clave para que puedan lograr crear valor en su vida.
La forma de expresar esa postura empática como docentes se centra en cómo somos capaces de establecer un diálogo sincero con los estudiantes. De este modo, en la educación es clave generar una comunicación sincera con los estudiantes en la que sientan que su proceso de aprendizaje es lo más importante, más allá de temarios y contenidos, y donde el objetivo es que la educación que están adquiriendo sea valiosa para su vida.
Otro ejemplo de la importancia del diálogo en las instituciones fundadas por Ikeda, lo encontramos en las reuniones de diálogo de la Soka Gakkai. Como asociación de budistas laicos tiene en cuenta el uso del diálogo como elemento fundamental para inspirar ese cambio personal del que hablábamos anteriormente: un diálogo que inspire un cambio personal que ayude a mejorar la sociedad.
Si tomamos como ejemplo las reuniones de diálogo de la Soka Gakkai, y desde la idea de cómo la voz hace la tarea del buda, se trata de generar espacios de diálogo basados en el respeto. En este contexto, cada persona puede expresar sus ideas iniciando un diálogo de corazón a corazón en el que quienes intervienen tratan de comprender el punto de vista del otro de una manera sincera y libre de juicios. En estos encuentros no se trata de dar opiniones o consejos, sino de conocer los pensamientos y experiencias de otras personas para poder abrir los ojos a nuestra propia realidad.
Desde la idea, que ya se ha comentado, de que conocer la experiencia de otro puede ayudarnos a interpretar nuestra propia realidad, se entiende que estos encuentros sirven de aliento tanto al narrador como al que escucha. Al que narra le sirve de aliento porque se trata de una vivencia que la ha ayudado a superar una dificultad. Y al que escucha, porque conocer la experiencia de otra persona y comprender su sufrimiento en una situación concreta, nos puede hacer reflexionar sobre nuestra propia vida.
Visto de este modo, este tipo de reuniones se convierten en espacios de empoderamiento que muestran a los participantes su potencial para transformar su realidad. De esta forma, inspirados en las vivencias de sus compañeros y en las enseñanzas budistas, cada persona puede ir puliendo poco a poco su carácter para sentirse más y más capaz de afrontar los desafíos con los que se irá encontrando en su día a día.
Conclusión
A través de este artículo, se ha tratado de aportar algunas ideas sobre el significado y el valor del diálogo en la obra de Daisaku Ikeda. De esta manera, se ha analizado el diálogo como elemento para la construcción de la paz desde la comprensión sincera de la realidad de otras personas.
Ikeda nos ha mostrado a lo largo de su carrera el valor del diálogo de una manera práctica manteniendo diálogos con diferentes pensadores de todo el mundo dirigidos a lograr un contexto de paz, e inspirando a diversas instituciones que ha promovido. Así, Ikeda nos muestra el poder del diálogo no solo como un planteamiento filosófico ante la vida, sino a través del valor que él mismo ha conseguido generar a través de su propia experiencia. Nos lo muestra desde su propia postura ante la vida. Todas estas iniciativas basadas en el diálogo han conseguido motivar a personas de diferentes partes del mundo, así como generar propuestas en pro de la paz, la educación y el cuidado del medio ambiente.
De este modo, Ikeda nos muestra el diálogo como una herramienta real para salir del aislamiento en el que tendemos a vivir en nuestra sociedad actual. Además, nos hace reflexionar sobre cómo estamos conectados con la realidad que vivimos y nos anima a utilizar el diálogo para buscar soluciones a los problemas reales que aquejan nuestro mundo. Así, el diálogo nos mueve a la acción y a generar iniciativas que mejoren la vida desde nuestro contexto concreto.
De esta forma, también nos motiva a utilizar el diálogo para dar voz a las voces silenciadas en los diferentes conflictos que vivimos en nuestro mundo actual. Como se ha reflexionado a lo largo de este artículo, se trata de escuchar al otro para poder comprender su punto de vista desde el amor compasivo y el reconocimiento de la dignidad de todas las personas. Se entiende el diálogo como el inicio de un proceso de paz. Desde este enfoque, tenemos en cuenta al otro como alguien valioso que puede aportar valor a nuestra propia vida y también a la sociedad. Podemos crear valor en nuestra vida y en nuestro contexto más cercano, generando un movimiento que pueda propiciar un cambio global; un cambio que nos acerque cada día más hacia la paz.
Por ello, el diálogo es una herramienta de cambio personal que nos hace comprender nuestra propia vida y nos ayuda a enfocarnos en nuevas metas para ser felices. El diálogo se convierte en un elemento básico para el budismo en su objetivo de lograr la paz, partiendo de la revolución humana de cada persona.
Para terminar este artículo, me gustaría recoger unas palabras de Ikeda (2011) que nos inspiran a mejorar nuestra sociedad desde el diálogo:
Solo el diálogo abierto y el intercambio de vida a vida permiten derribar los muros erigidos por cada individuo, expresados en actitudes intolerantes y discriminatorias de muy hondo arraigo en la vida de las personas. La paz duradera será una realidad cuando, mediante el diálogo basado en motivaciones realistas, se fomente una red solidaria entre personas de buena voluntad, y se cultiven y desarrollen las cualidades más nobles del ser humano. Y con ello me refiero, por ejemplo, a la valentía y el amor compasivo, cuyo potencial existe en forma innata en todos los hombres. El poder del diálogo es una verdadera arma de paz. (p.256)
Referencias
Nota
[1] El artículo de Josep Seguí y Rocío Chaveste incluido en este número profundiza en esta corriente.
Referencias bibliográficas
Erikson, E. H. (1964). Insight and Responsibility. New York: W. W. Norton.
Erikson, E. H. (1985). The Life Cycle Completed. New York: W. W. Norton.
Ikeda, D. (2010). Soka education: For the happiness of the individual. Santa Monica, CA: Middleway Press.
Ikeda, D. (2011). Por un mundo de dignidad para todos: El triunfo de la vida creativa. Propuesta de paz 2011. Rivas Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global.
Ikeda, D. (2015). Develando los misterios del nacimiento y la muerte. Rivas Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global.
Ikeda, D. (2019). La nueva revolución humana. Volúmenes 15 y 16. Rivas Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global.
Ikeda, D. (2020). Un nuevo humanismo. Rivas Vaciamadrid: Instituto Ikeda y Ediciones Civilización Global.
Ikeda, D. y Marinoff, L. (2014). El filósofo interior. Barcelona: Ediciones B.
Ikeda, D. y Pérez Esquivel, A. (2011) La fuerza de la esperanza: Reflexiones sobre la paz y los derechos humanos en el tercer milenio. Buenos Aires: Emecé.
Makiguchi T. (1998). Educación para una vida creativa, Buenos Aires: Editorial Uflo.
Sherman, P. D. (2016). Value Creating Education and the Capability Approach: A Comparative Analysis of Soka Education’s Facility to Promote Well-being and Social Justice. Cogent Education, 3(1), 1138575.
Toynbee, A. e Ikeda, D. (1980). Elige la vida. Buenos Aires: Emecé Editores.