Compasión para un mundo más justo:
Reseña del libro ‘La compasión en un mundo injusto’, de Juan José Tamayo

Por Ana Belén García-Varela1
CUADERNOS DEL INSTITUTO IKEDA · 7


Tamayo, J.J. (2021). La compasión en un mundo injusto. Fragmenta.

1. La compasión como valor humano

La compasión es un valor innato del ser humano, una cualidad que nos define como seres humanos. Sin compasión, nuestra humanidad se desvanece, y es la compasión la que nos impulsa a ser solidarios con nuestros semejantes y con la naturaleza que nos rodea. Esta valiosa reflexión se desprende de la lectura de Juan José Tamayo en su libro La compasión en un mundo injusto, donde destaca la importancia de la compasión y la ternura como actitudes complementarias que deben guiar nuestros comportamientos hacia aquellos que sufren y están privados de su dignidad.

Tamayo nos invita a dejar de entender la compasión como un sentimiento de pena extrema, para pasar a valorarla como una fuerza transformadora que nos impulsa a la acción en beneficio de quienes sufren, tanto entre los seres humanos como en la naturaleza misma. La compasión, por tanto, no requiere necesariamente un afecto previo, sino la consideración de los que sufren como iguales.

Y es que estamos siendo testigos de un empobrecimiento que afecta a nuestro planeta y a la humanidad en su conjunto debido a la explotación indiscriminada de los recursos naturales, la falta de solidaridad y el individualismo desenfrenado que prevalece en nuestra sociedad. La degradación ambiental, la pérdida de la biodiversidad y la contaminación están poniendo en peligro el equilibrio de nuestro planeta y la calidad de vida de las personas.

La tierra sufre las consecuencias de nuestra explotación insostenible de sus recursos naturales. Las selvas desaparecen a un ritmo alarmante, los suelos fértiles se agotan, y la contaminación de las aguas, el aire o los alimentos se ha convertido en una triste realidad. Ni siquiera el cuerpo humano escapa a los efectos de la contaminación, lo que plantea serias preocupaciones para nuestra salud a largo plazo. El autor nos anima a pensar que la Tierra es nuestro hogar y fuente de vida, y su explotación voraz solo conduce a su deterioro y, en última instancia, a nuestra propia destrucción.

Esta crisis medioambiental viene unida a la crisis de valores que enfrenta nuestra sociedad. La solidaridad, la compasión, el cuidado y el respeto por la dignidad de toda vida se desvanecen ante el individualismo que predomina. Este egoísmo nos hace perder la conexión con la naturaleza y la convierte en un objeto de valor económico, una actitud que impide poner el énfasis en su conservación.

Uno de los resultados más devastadores de nuestro comportamiento destructivo es el cambio climático, que está forzando a comunidades enteras a abandonar sus hogares debido a la sequía, a temperaturas extremas, o a diversas catástrofes naturales que generan de uno u otro modo la destrucción de su hábitat. Esta migración forzosa genera una crisis humanitaria que debería suscitar una respuesta compasiva y solidaria por parte de la comunidad internacional. Sin embargo, las políticas migratorias a menudo reflejan todo lo contrario, cerrando fronteras o creando grandes dificultades para las personas solicitantes de asilo. En el caso de las mujeres, el autor hace hincapié en que además sufren discriminación de género, experimentando así una doble discriminación en tales contextos.

La visión compasiva que propone el autor se centra en la justicia ecológica y la sostenibilidad como valores esenciales para abordar estos desafíos. Esto implica preservar el medio ambiente y utilizar los recursos de nuestro planeta de una forma responsable. Es nuestra responsabilidad colectiva repensar nuestra forma de vida, nuestras políticas y nuestros valores como sociedad para abrazar esta visión compasiva y construir a partir de allí un futuro sostenible. El autor nos anima a actuar con urgencia para proteger nuestro planeta y promover la solidaridad, la compasión y el respeto hacia todas las formas de vida que coexisten en él. Solo así podremos evitar la autodestrucción y construir un mundo mejor para las generaciones venideras.

Y es que esta obra propone la espiritualidad como una dimensión fundamental del ser humano que nos hace sensibles al sufrimiento de los demás y de nuestro medio ambiente, que nos conecta con una parte más profunda de nuestro ser que va más allá del sentido religioso. Nos habla de la compasión como un principio ecohumano fundamental que nos sensibiliza ante el sufrimiento de los demás, promoviendo una actitud ética y solidaria.

Nos da claves para entender el odio y el miedo que dan lugar a la discriminación como una construcción humana que debemos deconstruir, teniendo conocimiento de las perspectivas patriarcales y neoliberales (entre otras) que lo justifican. Nos recuerda la importancia de cuestionar las estructuras de poder que perpetúan la discriminación y el desprecio hacia ciertos grupos humanos. En este sentido, nos hace reflexionar sobre la necropolítica como un elemento clave del sistema neoliberal que parte de una distribución desigual y que da diferente valor a la vida de las personas, dependiendo de su origen, raza, género, etc. Este concepto hace referencia al uso del poder social, político y económico para decidir sobre el valor de la vida humana dictando quienes pueden vivir o quienes deben morir en un momento dado.

De esta forma, el libro nos anima a revisar qué es la globalización y a volver a poner en valor la diversidad cultural frente al silenciamiento de pueblos y culturas ancestrales. La globalización no tiene por qué implicar la imposición de un solo modelo cultural. Por el contrario, una cultura globalizada debe ser diversa cultural y étnicamente, debe reconocer el valor de los pueblos indígenas que en muchas comprensiones de la globalización se ven silenciados frente a epistemologías dominantes.

En última instancia, esta obra nos hace reflexionar sobre cómo, aunque podamos vivir en sociedades que se consideran democráticas, se está permitiendo la violación de los derechos humanos y generando situaciones donde el racismo, la xenofobia, la aporofobia, el patriarcado y una comprensión de la naturaleza al servicio de los seres humanos priman. El papel de la educación en derechos humanos es fundamental para concienciarnos de nuestro papel como ciudadanos.

Tamayo hace un interesante repaso por las principales religiones y su visión de la compasión, haciendo ver al lector que es un valor presente en todas ellas y cómo en muchas ocasiones se malinterpreta o tergiversa con intereses particulares. Y presenta la compasión como un principio teológico que permite comprender la vida compasiva que han desarrollado pensadores de diversas religiones y creencias con este punto en común. Así, nos presenta el diálogo interreligioso como el punto de unión desde el que construir una coalición de religiones para la construcción de la justicia social desde la compasión por los que sufren. Porque “la problemática de los que sufren (¡no del sufrimiento!) podría constituir la base de una coalición de religiones para la salvación y promoción de la compassio social y política de nuestro mundo” (p.205).

De este modo, el libro nos desafía a repensar nuestra espiritualidad, nuestra relación con los demás y nuestro compromiso con la justicia social. Nos llama a la acción, a cuestionar las normas establecidas y a trabajar juntos para construir un mundo más compasivo.

Pero la compasión no puede quedarse en el terreno personal ni intersubjetivo, sino que el autor propone que debe impregnar también las instituciones. Los seres humanos compasivos podrán crear instituciones que también lo sean. Esas instituciones podrán además fomentar el desarrollo de más ciudadanos y ciudadanas que sean responsables y estén comprometidos con el prójimo. En un mundo cada vez más globalizado, donde la información sobre el sufrimiento ajeno llega a nosotros constantemente, es esencial que no nos volvamos indiferentes, sino que usemos la compasión como una fuerza motivadora para generar un cambio positivo en nuestra sociedad.

El autor nos hace reflexionar sobre la importancia de reconocer la plena responsabilidad de las personas en sus acciones, pero, al mismo tiempo, no perder de vista las circunstancias que las llevaron a cometer ciertos actos. Esto nos recuerda que las personas son agentes dotados de dignidad, pero también pueden ser víctimas de las condiciones en las que han vivido. La compasión nos permite abordar esta dualidad de manera equilibrada, reconociendo en cada individuo tanto la capacidad de acción como la capacidad de ser víctimas.

La obra destaca que la globalización nos ha hecho más indiferentes al sufrimiento ajeno. Sabemos del sufrimiento de otras personas, pero hemos “aprendido” a vivir ajenos a esa realidad. Abordar la compasión entra, por tanto, también en el terreno político y social, y tiene que materializarse en la solidaridad. La solidaridad se convierte en la manifestación concreta de la compasión en la esfera política y social. Reconocer la dignidad de todos los seres humanos, promover la igualdad y la justicia de género, respetar la naturaleza y defender los derechos humanos se convierten en imperativos éticos fundamentales. Esto nos obliga a superar modelos científicos y filosóficos que consideran que la naturaleza está al servicio del ser humano, y nos aboca a la defensa de los derechos humanos a través de apostar por valores comunitarios y respetar la diversidad.

Y es que “el hombre ha triunfado evolutivamente porque ha sido y es cooperativo, no porque haya sido egoísta”, (p. 230) ya que la compasión y la cooperación son características básicas que nos han permitido prosperar como sociedad. Así, la compasión se propone como un eje central de una ética que guíe nuestras acciones y decisiones en todos los aspectos de nuestra vida. La compasión nos impulsa a actuar en beneficio de los demás y del entorno en el que vivimos. En un mundo que enfrenta desafíos globales como la desigualdad, el cambio climático y la intolerancia, la compasión se convierte en una fuerza transformadora esencial para construir un futuro más justo y sostenible.

2. Sobre el autor

Juan José Tamayo Acosta es un reconocido teólogo español vinculado a la Teología de la Liberación, en la que ha profundizado ampliamente en sus obras. Es autor de numerosos títulos, muchos de los cuales se han traducido a diversos idiomas como el portugués, el francés, el árabe o el alemán. Colabora habitualmente en revistas especializadas y en periódicos como El Correo, El Norte de Castilla o El País.

Tamayo es, además, cofundador y secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII y miembro de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones, del Comité Internacional del Foro Mundial de Teología y Liberación y del Consejo de Dirección del Foro Ibn Arabi. Colabora habitualmente como profesor invitado en diversas universidades y participa también en numerosas revistas españolas e internacionales sobre filosofía, teología, ciencias sociales y ciencias de las religiones.

Ha recibido varios premios que reconocen su labor como por ejemplo el Diploma y Medalla de Oro de la Liga Española Pro Derechos Humanos, por su labor en favor del diálogo interreligioso.


[1] Ana Belén García-Varela es subdirectora del Instituto Universitario de Investigación en Educación y Desarrollo Daisaku Ikeda, en la Universidad de Alcalá. Además, es profesora titular de universidad e imparte docencia en el Departamento de Ciencias de la Educación de dicha universidad.

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